La terminal se ve vacía y su silencio es interrumpido por alguna estúpida canción de una mexicana que solía ser símbolo sexual. La gente llega pero me es indiferente. Hay dos niñas que lloran mientras un padre trata de controlar la situación. El frio consume nuestras vidas y la lejanía empieza a notarse.
Esos tiempos parecían tener su propio aroma, su propia esencia. Parecía oler a manzana verde y el aire pretendía ser más frio. Esto era de otro tiempo, la ropa se reemplazaba por sabanas que guardaban sus restos. Yo estoy en el asiento trasero de un bus a medio llenar, el tipo de al lado huele a la sección de frutas de un supermercado y no para de reír por la estúpida película que presentan. Luego de unas horas solo queda el sonido de la carretera, el bus avanza rápido y tratar de dormir es imposible. El frio de mis pies me recuerda ciertos días, ciertas semanas y ciertos parques. Mis zapatos se mojan y ella me pasa la toalla. Las luces de la ciudad se apagan una a una, como lo que era yo, como lo que fui en tiempos que olían a manzana verde.
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