viernes, 16 de abril de 2010

Tarro de Mariposas

Ella perdió sus mariposas en algún lugar, su estomago las dejo volar pero su imaginación aun las acompaña a ciertos puntos. En mi rodilla izquierda se posa una, puede ser que esté perdida o sus alas color naranja con negro y algún amarillo estén cansadas. Mi cerveza la conservo porque se que el alcohol no puede sacarle información sobre ella, el humo del cigarrillo parece molestarla, estira sus alas solo para mostrar sus colores reflejados en mis lentes. Debe haber al menos mil seres a mí alrededor pero solo uno capta mi atención. La mariposa no puede decirme nada, creo que hicieron un pacto de silencio. Entre ella y la mariposa, la prefiero a ella, su cabello puede ser más suave y sus alas cortadas le lucen más que a la mariposa. No creo que se estanque, su imaginación puede estar en cualquier lugar, en algunas lagunas del sur, en lagos pasivos de un bosque frio o en la rodilla de algún bebedor de cerveza a las 3:43 de una tarde de abril.

El cliché nos llena de paisajes, de largas autopistas que no apuntan más que a un mediocre y lento progreso que no hace honor a su significado. De ahí su fascinación por viajar, por estar lejos, por ver lo que otros pasan de largo, lo que algunos dejaron atrás y para ella son tesoros. La palabra “tesoro” no me gusta ni me sienta, es poco descriptiva, llena de baúles de oro, piratas con loros en los hombros y patas de palo adornando una playa. En el extremo hay una de ellas, una que ha visto varios lugares tipo Caribe; las aguas a veces son azules y otras son sucias como la conciencia del que narra. En lugares como este, el sol puede dar nuevos colores a sus alas, sus tonalidades hacen que se pierda la vista o simplemente distraen, ¿pero quien demonios quiere mirar una mariposa? Hay dos razones y ella las explica con tal convicción que me asusta pensar que pueda sentir algo más allá de las líneas que planea suavemente en mi imaginación. Ambas se cruzan, algunos colores son diferentes, rojo para el obvio, azul oscuro para el frio, naranja para los cordones sueltos y las alas reparadas con cinta blanca son transparentes. Pequeñas formas se deleitan encontrándose en su interior, yo solo observo, no bailo ni animo, soy el de la silla del lado, solo observo como espectador inquieto por dentro pero muerto por fuera, a veces se presenta de manera contraria.

Sobre la cama esta ella, sus ojos me recuerdan una vieja fascinación por la cual nunca he podido amar a otra persona, son de un tono casi oscuro, como aquella de las que pude pedir prestada y me mostro un lugar frio, con goteras permanentes que podían quedarse en sus alas amplificando formas que no son de primera vista, formas detalladas de lo que pueden ser recuerdos dolorosos de tardes de noviembre o el mes que sigue que pareciera ser eterno. Unas cuantas cervezas (estas en botellas) están enterradas en el fango, las lagrimas ya se confundieron con el gris entorno, las alas se detuvieron por un rato pero ya es hora de partir. Yo estuve encerrado en ese tarro que contenía recuerdos, me mataba saber que otros estuvieron allí y que algún día yo seria otra con alas cortadas agonizando en el piso.

Ella me pidió que no las tocara, que podrían estar por allí pero no eran mías, que yo carecía de la gracia que rodeaba la habitación y que las ratas aun devoraban las tablas salidas del techo de mi mal puesto corazón. El ambiente, la cama y el tarro poseían sus secuelas, las mismas que hacían ver mi trazo como una estúpida línea escrita con los pies. Partes de su esencia viajaban sobre lo que me rodeaba, se asemejaba al humo del cigarrillo pero más especifico y seguro. Las alas no se soltaban y la música paraba cuando el tarro se cerraba.

Esta lleno de colores, aromas, muertes un tanto ridículas y otras menos convincentes. De lugares desiertos y tonos pálidos, todos son nocturnos, era su petición, el amanecer nunca estuvo disponible. Dos de ellas siempre están arriba, al lado derecho porque estoy mal ubicado e imagino que mi corazón se equivoca y no pide disculpas, solo deja unas cuantas alas color naranja y azul que lo incitan a salir de la vieja lata vacía de cerveza.

No duermo pensando en ella, de hecho sueño con una conversación que nunca existió más que en mi cabeza llena de trapos, música de fondo y vacías latas de cerveza aplastadas. En días oscuros y lluviosos me visitaban, era nuestra costumbre quedarnos en silencio y nunca intercambiar palabras o frases de cortesía. Era su forma de decirme que no me abandonó y que de alguna manera o muchas ella era parte de mí, pero para ella yo era otra lata más que no encajaba en el tarro de mariposas.

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